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Como a muchos chilenos, el apagón del martes nos tomó por sorpresa. Un día laboral común, con reuniones, trabajo pendiente y compromisos, de repente se convirtió en una jornada de incertidumbre. Oficinas a oscuras, metros detenidos, semáforos apagados y miles de personas buscando cómo volver a casa. Fue un recordatorio de lo dependientes que somos de la electricidad y de lo frágil que puede ser nuestra rutina cuando la energía falla.
Desde Arica en el norte hasta la región de Los Lagos en el sur, un apagón masivo dejó sin electricidad a aproximadamente ocho millones de hogares en Chile, cubriendo una extensión de 2.400 kilómetros. Este corte, que afectó a alrededor de 20 millones de ciudadanos sin luz, lo que representa el 98,5% de los usuarios del sistema eléctrico, comenzó el martes a las 15:16 horas. Este evento paralizó servicios esenciales, generó caos en el transporte público y alteró la rutina diaria de los chilenos.
Según el Coordinador Eléctrico Nacional, la interrupción del suministro se originó por una desconexión en una línea de transmisión de 500 kV en el Norte Chico. Este fallo provocó una reacción en cadena que afectó a diversas centrales eléctricas, dejando a gran parte del país a oscuras. Las autoridades descartaron inicialmente actos de sabotaje o ciberataques, atribuyendo el incidente a una falla técnica en el sistema de transmisión.
La suspensión del servicio de Metro en Santiago obligó a miles de personas a buscar alternativas para regresar a sus hogares. Las paradas de buses se vieron abarrotadas, y muchos optaron por caminar largas distancias debido a la falta de opciones de transporte. Además, la ausencia de semáforos operativos generó congestión vehicular y aumentó el riesgo de accidentes en las principales arterias de la ciudad.
La población expresó su frustración y preocupación ante la falta de información clara durante las primeras horas del apagón. Las redes sociales se llenaron de comentarios y quejas sobre la gestión de la crisis, y muchos exigieron explicaciones y soluciones rápidas por parte de las autoridades. La incertidumbre sobre la duración del corte y sus posibles repercusiones generó ansiedad en la ciudadanía.
En respuesta a la emergencia, el gobierno declaró estado de excepción constitucional y estableció un toque de queda desde las 22:00 hasta las 06:00 horas en las regiones afectadas, con el objetivo de mantener el orden público y prevenir posibles incidentes. Se desplegaron más de 3.000 efectivos militares para colaborar en labores de seguridad y asistencia.
Esta medida buscó garantizar la seguridad, mantener el orden público y prevenir posibles incidentes en medio del colapso de los semáforos, la paralización del transporte y la incertidumbre generada por la falta de electricidad. En varios sectores de la capital, se implementaron controles preventivos y retenes móviles para resguardar la seguridad de la ciudadanía.
Tras varias horas de trabajo ininterrumpido por parte de las empresas eléctricas y las autoridades, el suministro comenzó a restablecerse de manera paulatina en distintas zonas del país. Sin embargo, la normalización completa del servicio tomó más tiempo en algunas áreas debido a la complejidad de la falla y la necesidad de asegurar la estabilidad del sistema antes de reconectar a todos los usuarios.
No obstante, algunas zonas, especialmente en el norte del país, aún experimentan interrupciones intermitentes. El subsecretario del Interior, Luis Cordero, señaló que, aunque el 94% de los clientes a nivel nacional tienen suministro, alrededor de 370.000 usuarios, principalmente en la zona norte, continúan sin electricidad.
El apagón masivo que afectó a Chile dejó en evidencia la fragilidad del sistema eléctrico nacional y la gran dependencia que tenemos de una red centralizada. Millones de personas vieron interrumpidas sus actividades cotidianas, el transporte colapsó y la falta de semáforos generó caos en las calles. Situaciones como esta nos recuerdan lo vulnerables que podemos ser ante fallas en la infraestructura energética.
Este evento también abre la conversación sobre la necesidad de diversificar nuestras fuentes de energía y fortalecer la autonomía eléctrica en hogares y empresas. La tecnología actual nos permite avanzar hacia soluciones más resilientes, como la generación distribuida y el autoconsumo energético.
En ese sentido, los sistemas solares fotovoltaicos surgen como una alternativa eficiente y sostenible, permitiendo a los usuarios generar su propia energía y reducir la dependencia de la red eléctrica. Para lograr una verdadera independencia ante cortes de luz, estos sistemas deben incorporar baterías, lo que permite almacenar la energía generada durante el día y utilizarla en momentos de emergencia o cuando el suministro de la red falla.
Además, existen sistemas de respaldo, una solución ideal para departamentos y espacios urbanos que no cuentan con un sistema solar. Estos incluyen un inversor, batería y tablero eléctrico, proporcionando energía suficiente para mantener funcionando dispositivos esenciales como iluminación, refrigeración y equipos electrónicos durante un apagón.
Invertir en estas tecnologías no solo brinda mayor seguridad energética, sino que también representa una alternativa eficiente y sostenible, asegurando el suministro de energía incluso en caso de fallas en la red.
Si bien el país está avanzando en materia de energías renovables, este apagón es un recordatorio de que aún queda mucho por hacer para garantizar un suministro estable y seguro. La descentralización de la energía no solo contribuiría a evitar crisis como la vivida, sino que también representaría un paso clave hacia un modelo más sustentable y accesible para todos.
Fuentes:
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